Cuaderno de Notas

Preparando la Salida hacia el Gran Amarillo

Este año he decidido hacer una ruta de dos meses en China, ó Zhong Guo (Imperio del Medio) como llaman los chinos, comenzando por la isla de Hong Kong, la parte más cosmopolita y capitalista del país, ex-colonia británica, e intentar llegar hasta el Río Amarillo, o Huang He, testigo de algunos de los acontecimientos más relevantes del país: el nacimiento de una de las cuatro grandes civilizaciones de la Antigüedad.
Poco se de este país. Sólo que durante años se ha mantenido lejos del mundo pero que en la actualidad está abriendo sus puertas, y quiero conocer como vive esta gente en un país que todo funciona independientemente de lo que suceda en otros países.
Un mes antes de la salida mandé mi pasaporte a la Embajada china en Madrid mediante una agencia de mensajeros que se encargaría de dejarlo en la oficina de inmigración. Y a tan sólo unos días de partir ya tengo en mano mi pasaporte con dos meses de Visado para visitar la parte de China mas o menos planificada...

29/9 - Más de 15 horas entre aviones y aeropuertos, bajando en Hong Kong, a primera hora de la mañana, y desde el mismo aeropuerto cojo una guagua que me llevará hasta la frontera para pasar el control de inmigración. Otra, algo más vieja, esperaba al otro lado para llevarnos hasta Guanzhou.
Una leve lluvia agrisa el paisaje. La primera ciudad que pasamos es Shenzen, que desde la autopista se ve como grandísimos edificios acredita su enorme movimiento comercial, al ser declarada por el gobierno chino como zona económica especial, la primera que se concedía en todo el país, trayendo consigo un gran auge urbanístico hasta la fecha.

Comienza La Ruta en el Sur (Guangdong, Guangxi y Yunnan)

25/9 - El bus ha parado al norte de la ciudad, en la parte trasera del Garden Hotel, donde su garaje hace de estación de guaguas privadas. Había decidido dormir precisamente en el sur, en lo que fue en su momento "un banco de arena”, emplazado en la ribera norte del río Zhu (río Perla), llamada Shamiàn Dao.
Y mi primera toma de contacto con los chinos comenzaba en ese momento. No tenía conocimiento de lo difícil que es preguntar a gentes que no usan mis habituales señas para comunicarse. Y que mal lo pasé durante más de media hora intentando situarme entre tanto tráfico y gente, saber dónde paraba y que guagua iba dirección sur. Gracias a un joven que hablaba un poco inglés y que iba a mi destino pude salir del lugar.
Durante el camino, muy amablemente, me dio cierta información de la zona, que me vino de maravilla. Paramos cerca del mercado principal, y ahora sólo tenía que seguir el mapa. La entrada a Shamiàn Dao es preciosa, reliquia del pasado colonial británico y francés, de 1km de ancho por 500m de largo, con unas pequeñas avenidas de verdes jardines con altos árboles y hermosos cantos de pájaros. Apenas circulan vehículos, y es perfecta para perderse entre sus pequeñas callejuelas transversales, donde se pueden encontrar algunos cafés, puestos de revistas y comidas. No es el lugar ideal para los mochileros porque los pocos hoteles que existen son bastante caros. Pero para una toma de contacto con el lugar me viene fenomenal por un par de días. Enseguida se hizo de noche, y en un puesto callejero cené mi primera comida cantonesa, muy barata, sopa de fideos con carne (tang fan) y pescado de río con arroz.
A las 8 de la mañana siguiente comienzan a golpear las paredes del hostal unos trabajadores que hacían reformas. Pues a la calle. Aún con el cansancio encima y el resto del estrés que me traía de casa y del avión, el primer objetivo era ir al banco a cambiar parte de mi presupuesto en Yuanes. En una placita un grupo de mayores comenzaba la mañana con sus lentos movimientos "de calentamiento" de Tai Chi, balanceándose, girando y empujando el aire, y otros realizando profundas inspiraciones y tensando los músculos practicando el Gong Fu (kung fu).
La avenida que va paralela al Zhu Jiang (río Perla) hasta la zona comercial es muy concurrida. Por un lado el mogollón de tráfico, ruido, altísimos edificios de oficinas, tienda o carísimos restaurantes, y por el otro, la lenta vida que se produce en el río, donde muchos barcos y destartaladas embarcaciones navegan de un lado a otro. En tiempos coloniales, éste, fue tanto el artífice de la fama y prosperidad de Guanzhou, como su punto débil defensivo. A mediados del s.XIX se convirtió en el foco de una extraña guerra comercial con Gran Bretaña, ya que éstos introducían opio en el país a gran escala, convirtiéndose de repente en un gran traficante de drogas, a cambio de té. También tomaron parte franceses, portugueses y americanos, provocando como resultado la adicción de más de 20 millones de chinos. Fue declarado ilegal por el gobierno de la ciudad y todo el opio destruido por un alto comisionado chino, transformándose entonces en Las Guerras del Opio. La Marina británica acudió en defensa de "su negocio", venciendo tras una guerra rápida, consiguiendo de esa manera ganar (tomar a la fuerza) un estratégico enclave comercial en la zona.
Una vez con el mogollón de yuanes en mi poder, sería cuestión de recorrer todos los puntos interesantes: cruzando el puente sobre el canal se encuentra el peculiar Mercado de Qingping Shicháng, donde es posible encontrar objetos inimaginables y alimentos de lo más “variado” como escorpiones, serpientes, ranas, larguísimas anguilas de río, tortugas de muchos tamaños, trozos de patas de galápagos, enormes setas de hasta un metro de diámetro, raíces, huesos triturados de tigre, muchos de ellos deshidratados, animales de todas las especies, perros, gatos, aves, medio moribundas esperando a ser comprados.
Las viejas callejuelas estrechas dan un olor y color muy original, al igual que muchos habitantes en las puertas de las casas, agrupados, compitiendo en diferentes juegos de mesa. Algo más arriba una enorme Iglesia del Sagrado Corazón (Shishi Jiaotang), de granito y estilo gótico, de doble torre de 58m de altura, construida en 1.860; seguidamente el Templo Taoista Wuxian Guàn ( de los 5 genios), enclavado en el interior de una cueva, alberga una campana de 3mt de alto, 2mt de diámetro y 5.000Kg de peso, y una Mezquita Huáisheng (memoria del Santo), del año 627, con un enorme Minarete (Guang Ta) en su interior, de 26mt de altura. En las calles aledañas al Templo de los Seis Ficus (Liùróng Si), con su pagoda octogonal (Huata) de 55m de altura de ocho pisos, (cada uno con sus puertas y balcones circulares, pero que una vez en su interior se comprueba que realmente son 17, y es la que más gente atrae), se pueden ver las hojas del periódico del día colgados en un tablón de anuncios donde decenas de ciudadanos se congregan para leerlos. Al lado, el Templo Guangxiao Si, 400 a.C., es uno de los más antiguos y atractivos y que posee numerosas figuras en oro, y labradísimas ventanas de madera y celosías.
Continuando una de las calles principales, Renmin, se pasa junto a un gran parque, Liuhua Gongyuan, donde se encuentra el mayor lago artificial de Cantón. Y algo más arriba la Estación Central de Tren, donde intenté comprar un billete de tren para ir hacia Guilin, pero apenas me pude explicar, ni siquiera con un muchacho que se ofreció ser traductor, ya que cuando al final nos entendimos se acabaron las plazas. Vaya casualidad. Algunos taxistas se amontonaron a mi alrededor prometiendo conseguírmelo pero me “olió” rarito esa reventa. La solución, pues, fue ir en guagua, y la estación se encontraba muy cerca, por lo que lo compré para viajar al día siguiente, pasando la noche durante el trayecto y así tener el día entero para seguir viendo esta ciudad que me encanta. También compré una revista con los horarios de trenes, en pinyin que es la transliteración fonética del chino, a ver si así me entienden mejor en las taquillas de las estaciones.
Poco antes de que cerraran me dirigí al gran Parque Paisajista Yuèxiu Gongyuán, con tres lagos artificiales, siete colinas, esculturas de roca como el obelisco de granito y mármol erigido a Sun Yatsen y con una variada vegetación de especies tropicales, piscinas, estadio, restaurante, cine al aire libre, dominado todo por la torre o pagoda roja de cinco pisos Zhènhai Lóu, “mirando al mar”, coronado cada uno con un tejado de voladizo. Los ancianos se reúnen aquí para charlar bajo las jaulas de bambú de los ruiseñores que han sacado a pasear y han colgado de las ramas, para caminar o para hacer gimnasia. Es tan grande y tan relajante que se puede pasar en él todo un día entero.
Intentando volver al sur caminando, me pierdo por las calles y callejuelas durante varias horas hasta que consigo dar con el río, mareado y muy cansado de tantas vueltas. Ceno en los puestos del mercado de la estación de guaguas junto al río una buena sopa de pasta (Tang fan). Y de vuelta al hotel, una litrona Tsingtao, que compro en un puesto callejero para beberla en la habitación mientras escribo estas letras a las doce de la noche.
Al siguiente día la lluvia me impide salir temprano. A las 12 dejo mi mochila en consigna de hostal y me dirijo a pasar el día cerca de la principal zona comercial, entre las calles Beijin Lu y Zhongshan resguardándome de la lluvia en la “acondicionada” planta superior de un McDonald, leyendo algo del país y viendo a través de las grandes cristaleras como se mueve esta gente de tienda en tienda y comprando compulsivamente “la moda”. Salgo a caminar la zona e intentar comprender un poco a esta, para mí, muy extraña gente.
La nueva reforma y la explosión económica han erradicado los ideales socialistas, y lo único que mueve a los chinos es el beneficio personal. No tienen una identidad cultural fuerte que les sirva de referencia ante las nuevas invasiones culturales foráneas, ni defensa ante las modas y los gustos de Occidente, y lo copian todo. La cultura nueva de ahora es algo superficial. Ganar cuanto más mejor, sin importar como. Ya solo cuenta el dinero.
Pero lo que realmente busco es el paisaje chino, el campo. No la ciudad. Aunque algunas de ellas entran en mi ruta, como los barrios viejos y el resto cultural que haya podido quedar.
Cuatro horas antes de la salida del bus hacia el norte, esperando una guagua en una de las paradas, junto al canal, que me llevará a la estación, tomo una en dirección contraria y se detiene a casi hora y media de trayecto, de noche y bajo una copiosa lluvia en un barrio al oeste. No puede ser!!. El chofer me confirma mi equivocación, pero en pocos minutos volverá a salir hacia la dirección correcta. Y llego a tan solo media hora de partir.

28/9 – La estación de guagua está muy bien delimitada y aunque los nombres y números están en escritura china y pinyin. La lluvia es más fuerte, lo que hace ser una triste despedida en mi primera incursión en este inmenso país. Las carreteras están en un buen estado. Abandono el estado de Guangdong para entrar en el de Guangxi. Y amanece en el bus, lo que aprovecho para seguir buscando información en las hojas que he bajado de internet acerca de China. Paramos en el cruce con la carretera que entra en Yangshuo para que desciendan algunos pasajeros, y mientras el bus continúa se ve allá abajo el río Li Jiang y el pequeño poblado a su orilla. Es precioso, situado entre innumerables pico y montañas cársticas que recuerdan a la dentadura de un dragón, y que sirvieron tantas veces de modelo a los pintores chinos. A estos montículos que, algunas veces, se alzan como agujas de rocas, los poetas clásicos han puesto nombres tan sugerentes como: “Camello Cruzando el Río”, “Pincel de Escritura Mágica”, “Marido Expectante” o “Poderoso León sobre una Carpa”. Atravesamos llanuras donde se desarrolla plácidamente la cultura local interrumpidas constantemente por plantaciones de arroz, de cañas de azúcar o bambú, búfalos de agua, chiles rojos, enormes arboledas, y cientos de colinas de las más extrañas formas. Una incansable sucesión de montañas se confunde en el horizonte con el cielo. Alguien me comenta que "el agua y las montañas de esta región son lo mejor que se puede encontrar bajo el cielo", o algo así. Mientras desayuno y charlo con las camareras en la cantina de la estación de Guilin, me entero que en pocos días será la semana de vacaciones nacional donde millones de chinos se moverán a la vez, colapsarán los transportes y todo estará a tope.
Ésta es una ciudad bastante grande, tiene varios interesantes lugares para visitar, como las hermosas colinas cársticas que la rodean, un precioso parque o la enorme y coloreada Cueva de las Flautas de Juncos (Ludi Yán), con fantásticas estalagmitas y estalactitas. El único problema es que es el principal destino turístico. Por lo que no me parece adecuado quedarme, debiendo pensar en un lugar donde pasar esta semana sin moverme para que no me afecte el overbooking general.
Decido, pues, coger otro bus que me lleve a Yangshuo, un pueblo poco desarrollado, donde el principal negocio es el turismo local, y que ahora mismo es flojo. Rodeado de diez picos de piedra caliza, dicen que se parece a una "Flor de Loto Verde". La pequeña avenida empedrada que conduce hacia el río está lleno de tienditas, restaurantes y algunos hoteles. Lo que antaño fuera un poblado campesino es ahora un destino para los excursionistas. Mucha gente habla inglés, es decir, que “esto no es China”.
Aprovechando que hay poco turistas consigo una habitación a buen precio. Por las tardes cuando llegan los cruceros desde Guilin (4h) y desembarcan los pasajeros todo está muy concurrido, a veces agobiante, pero nada más cenar montan en guagua y regresan a sus lugares de procedencia, volviendo la paz y tranquilidad al lugar. Alquilé una bici, que están muy baratas aquí para recorrer todo el entorno.
A 8km, al sur, encontré cerca de un longevo Baniano/Ficus (casi 1.500 años de antiguedad) la Colina de la Luna (Yuèliàng Shan) con una altura aproximada de 1.500 escalones!!, donde destaca un gran agujero en lo alto de la montaña visible a mucha distancia. Y desde su cima se puede apreciar en todo su esplendor una de las comarcas que los chinos califican como la mas bellas del mundo, entre los verdes y amarillos de los arrozales, el serpenteante cauce del río Li, los picos y las casitas dispersas.
Otra ruta de un día fue llegar hasta el Puente del Dragón, en el río Yulóng Hé, atravesando estrechos caminos, poblados, y donde se puede navegar en balsa de bambú a través del mismo, y que se podría haber extendido incluso durante varias semanas descubriendo pequeñas aldeas, cantidad de plantaciones y miles de sorpresas más. Los aldeanos salen de las acequias trotando con cubos llenos de agua para regar las huertas, que cuelgan de una pértiga a los hombros, y que balanceándose con frenéticos movimientos, además de aligerar el peso de la carga, no derraman ni una gota!. Otros sobre los tejados reparan los desperfectos. Niños y mayores barren los granos de arroz que habían depositado en una explanada para secar al sol. Un sol que es tan fuerte, que me hace sudar más y más a cada pedaleo, pero disfruto de las vistas que me ofrece el verde campo, y los amarillos arrozales. Un búfalo de agua camina tras su dueño mientras va comiendo las malas hierbas del camino y las verdes montañas puntiagudas destacan entre el azul del cielo como fondo. Llegar hasta el pueblo Baisha, no es complicado y es ahí donde han prefabricado un “Shangri-La”, un enorme parque temático de minorías, siendo posible observar las actividades diarias. Exponen sus productos manufacturados y hacen diferentes danzas, que supongo alentará las visitas de grupos turísticos, y al que por supuesto, no entré.
Otro día lo empleé en cruzar a la otra orilla del río Li en la piragua larga de madera de una viejita con la bici para seguir pedaleando por diversos senderos hasta Fuli, un poblado tradicional con viejos edificios de adoquines y techos de tejas, y regresar por la carretera a través de varios pueblos rurales. Una mañana de mercado cogí el bus hasta Yáng-dí con intención de subirme en una embarcación local para bajar en par de horas la parte más bonita del recorrido de la ruta Guilin-Yangshuo (5h), a la que pagan los turistas (300-400R). Aunque en un principio fui rechazado porque los extranjeros no pueden viajar en estos barcos al no tener una autorización especial el capitán, gracias a un grupito de estudiantes que lo convencieron, me permitió subir con ellos, con la condición de esconderme dentro de la cabina al salir. La ruta fue impresionante mientras pasábamos bajo los altísimos muros naturales de unas montañas cársticas modeladas por la acción de la naturaleza en el tiempo. Pero llegando a pocos kilómetros de Xing Ping el capitán nos hizo descender a todos. Y es que, parece ser, no tenía ni licencia para llevar a pasajeros y había visto una embarcación de la policía a lo lejos. Nosotros no la vimos... Y pensé: vaya negra nos ha pegado. Dos pescadores se acercaron con balsas de bambú para llevarnos río abajo. Bueno, haremos rafting!!, pensé. Las gentes que viven a lo largo de las orillas de este río siempre han confiado en él como medio de subsistencia, muchos se dedican a pescar, y en este caso a pasear a turistas. Cuando vimos un camino que seguía el río bajamos todos y caminamos casi una hora hasta alcanzar la entrada del pueblo, donde aprovechamos para darnos un baño. Nos pareció una excitante aventura. Recorrimos el pueblo y visitamos varias casas, pero al ser algo tarde cogimos la guagua de vuelta al atardecer, y dejé para otro día la visita a Yu-Chuan, una antigua aldea de pescadores, que data de la Dinastía Ming, y que está a una hora más en barco, río abajo, y que una vez visitó Bill Clinton en 1998.
Al enterarme de una posible ruta a pié, una mañana volví a Xing Ping y pedí que me llevaran en barca hacia la otra orilla, donde comencé a caminar durante varias horas, cruzando el río nuevamente al acabarse el camino mediante una piragua que tenía un viejito que vivía de esto. Aunque me colé entrando por un lateral, me trincaron a la salida haciéndome pagar el ticket de visita (5R). Se trata de una serie de casas de adoquines de dos plantas, con tejados en voladizos retorcidos de tejas oscuras muy peculiar. A parte de la arquitectura y maderas talladas de hace más de 500 años, vale la pena visitarlo solamente por el Feng Shui que posee. Está rodeado por siete montañas, y tiene dos guardias de piedra en la entrada, que separa el mundo moderno que pasa por el río de este lugar altamente espiritual con una forma de vida rural muy característica. Aunque algunas nuevas construcciones adyacentes están comenzando a cambiarlo lentamente.
A parte de las excursiones, pasear por Yangshuo al atardecer, ver caer el sol sentado en una de las mesas en la orilla del Li Jiang, o subido en la Colina del Loto Verde con una hermosa perspectiva de 360º sobre todo el valle, comer en el mercado, tomar una cerveza (piyiú) en las terrazas de algún bar de cualquier calle, es absolutamente conmovedor. Incluso para hacer amistades, porque mucha gente joven se me ha acercado para charlar, ya que están aprendiendo inglés, y es una buena oportunidad para practicar.
En algunos de los restaurantes de las afueras comí rata de campo (laoshugán) con verdura, chili y arroz, pescado de río a la cerveza (píyiu yú), y en los puestos callejeros me hinché a Chow Mein, mis pastas preferidas: fritas con verdura y salsa de soja…

Subiendo hacia las Montañas
8/10 – A las 8 de la mañana, viajaba en bus dirección Guilin para desde allí coger otra que se dirige a Longsheng, y detenerme para pasar unos días, en Ping'an, un poblado tradicional Zhuang con las terrazas de arroz (Espinazo del Dragón) más impresionantes del país. Durante más de media hora estuve caminando por las calles de Guilin, desde la estación pequeña hasta la de largo recorrido, preguntando en chino... “ch’i ch’e dchan?”ch’i ch’e dchan?”, (¿estación de guaguas?) pero volvía a encontrarme con las costumbres chinas de no hacer el mínimo esfuerzo por entender al extranjero, pero al final llegué, no sin antes haber conseguido hacer reír a algunos. Y es que en China todo es tan diferente que incluso la comunicación humana es más difícil que en cualquier otro lugar del mundo que yo haya visitado. Ni el lenguaje facial ni el gesticular. No hay complicidad. No se si quien me mira me entiende o no, si se ríe conmigo o de mí, si siente alegría o pena, pues sus códigos de gestos faciales hasta ahora no los puedo entender. Me parece una gente de rostro sordo y mudo. Siento una extraña pero a la vez maravillosa sensación de parecer un extraterrestre entre miles de caras iguales.
Dos horas de recorrido entre baches y curvas, y me bajo en el cruce con Hépíng, para coger otra más pequeña, abarrotadísima, que tras media hora paralelo al río, con unas vistas rurales extraordinarias, y luego de curvas radicales de una nueva carretera, se detiene en la entrada del poblado Ping'an. Hay que pagar 30R por entrar en el lugar. Un camino empedrado conduce al poblado, y tras atravesar un puente de madera cubierto, sobre un riachuelo, se llega a un cruce donde están los hostales, y todos tienen vista a las terrazas de los arrozales, construidos de madera con techos de teja gris oscuro, y son muy bonitos. Algunos turistas chinos han preferido ir montados en sillas de bambú transportados por dos hombres/taxis a la antigua usanza. Mi habitación, por 15R (300ptas), tiene dos camas, pero sin las vistas, ya que las mejores están ocupadas por un grupo de australianos. Otros hostales ofertan habitaciones a 15R con cena, pero sin las vistas que tiene la súper-terraza donde me puedo sentar a beber, comer o leer en sillas de bambú. Al atardecer baja mucho la temperatura y, a veces, las nubes. El lugar impresiona muchísimo. Durante los cuatro días que estuve disfruté de los pateos por los alrededores, entre pequeñas aldeas, algunas Yao, otras muchas Zhuang, de gentes muy amables pero bastante tímidas, donde destacan desde las casas alargadas sobre pilares de madera, en la que viven familias casi completas, a las pequeñas o las muy deterioradas, cientos de gallinas, pollos y cerdos pululando bajo ellas, y sobre todo de las extraordinarias vistas de las terrazas cultivadas que se tiene desde lo alto de los distintos montes que rodean el lugar. Las montañas están completamente aradas de forma escalonada, una obra de arte que hace que las lluvias no las destruya, y tienen un ligero parecido a las Terrazas de Banaue en Luzón, Filipinas. Son 66km cuadrados de sensacional belleza.
Algunas mujeres Yao, al igual que las Miau del sur, llevan en sus cabezas mechones de pelos enrollados que han pasado de generación en generación, como recuerdo de sus antepasados. En muchos casos, el tamaño depende de la riqueza de la familia.
En 1949, a partir de la formación de la República Popular de China, el gobierno de Mao Tse Tung pasó a colectivizar las tierras, los granjeros empezaron a trabajar en comunas y la producción era vendida al estado (El Gran Salto Adelante), que lo que consiguió fue crear más pobreza y hambruna. Luego, a partir de 1.984 se suprimieron las comunas, se alquilaron las tierras a los campesinos, se les autorizó a vender el excedente de la producción en el mercado libre, y por primera vez en un siglo, fueron autosuficiente.
Algo que me llamó mucho la atención fue como entierran aquí a la gente en las laderas de los montes, haciendo un nicho, donde introducen al fallecido en su caja de madera, y lo cierran con un portal de piedra tallada. Hay cientos de ellos esparcidos por todos los lados.
Por las noches, tras la cena, los poquitos viajeros nos reunimos en la gran terraza bajo un bombillo y nos contamos las experiencias, recomendaciones y lugares visitados por cada uno. Hay tantos sitios para visitar que es imposible poder ir a todos, aunque se tenga mucho tiempo más. He tomado bastantes notas y varío algo mi itinerario planeado.
De fondo, el sonido del viento al rozar con las ramas de los árboles y las voces de los niños jugando, es absolutamente conmovedor.

12/10 – Mi siguiente destino era llegar hasta Chéngyang.

Tuve que hacer varias conexiones en bus: Longsheng (1h), coger otro hasta Sanjiang (2,5h) y luego otro (30m.), todos a través de espléndidas vistas de arrozales, plantaciones, montañas altísimas, aldeas, mercadillos y mucha gente trabajando la tierra.
Me estoy dando cuenta que desplazarse por el país puede es muy complicado si no se sabe hablar chino. Lo ideal es tener un diccionario con frases preparadas, o decirle a alguien que lo escriba en un papel. Incluso la forma de contar con los dedos de la mano es muy diferente a como lo hacemos los occidentales.
Nada más llegar, en frente, junto al puente de piedras sobre el riachuelo, veo el hostal donde me quiero quedar, el Dong Village Hostel, que es un edificio de cinco plantas, completamente de madera, tres de ellas son de habitaciones con balcones que tienen unas hermosas vistas hacia una enorme noria que recoge el agua del riachuelo que pasa delante, y unos cientos de metros más allá, al enorme puente de madera cubierto Chéngyan Quiáo, especialmente ornamentado, que recuerda a un dragón: el techo cubierto de tejas insinúa el cuerpo escamoso, y varias cúpulas forman la cabeza y el dorso, considerado de los más hermosos del lugar.
Michael Yang, el dueño del hostal, un amabilísimo tipo, al igual que su familia, me pasó un mapa hecho por él con varias rutas hacia diferentes poblados, y me aconsejó cómo moverme por la zona. También hacen de comer para los turistas y el salón de reunión es muy acogedor. Aquí volví a pasar información de los lugares donde he estado y me han dado unos mapas de Leshan y advertido no ir a Guilin porque últimamente no están siendo muy acogedores con los turistas. Pero eso es algo que tampoco me importa mucho. Todo depende de cómo viaja cada uno.
En el pueblo, las veces que algún grupo de turistas los visitan, se prepara unos bailes dong tradicionales, de una hora, muy bien organizado a cambio de una pequeña donación. Son tan interesantes que asistí dos veces a ellos.
Serán tres días en los que no voy a parar de caminar a través de arrozales, de algunas pequeñas aldeas, y visitar un mercado dong, que se celebra cada 5 días, en Linxi, un pueblo al que se llega en bus local, y donde diferentes minorías asisten para comprar y vender.
En una de mis incursiones llegué hasta Ping Pu, donde asistí a un entierro, por casualidad. Al ver un grupo de hombres de cuclillas, en la puerta de una casa, que llevaban una bufanda de tela blanca en la cabeza me llamó la atención, me mezclé entre ellos y solo fue cuestión de esperar. De la casa sacaron un tronco de árbol ahuecado apoyado sobre dos largos bambús, y en el interior el cuerpo una anciana fallecida. La tradición obliga a plantar un árbol con el nacimiento de cada hijo, y cuando se fallece, se tala y sirve de ataúd, y se cree que cuando no se es introducido en él, el espíritu del fallecido andará vagando por el pueblo sin reposo, pudiendo provocar desgracias a la familia. Varias vueltas concéntricas, formándose una gran polvareda, ayudaron a espantar los malos espíritus, y marcharon en fila a través del poblado, hacia un alto montículo, de arbustos y altas hierbas. Los seguí. Era el cementerio de la aldea. La enterraron en un agujero. Su alma había pasado al mundo de los espíritus que merodearán el poblado haciendo el bien a sus familias. También en sus casas muchos tienen fotos del padre o la madre rodeados de ofrendas.
A partir de las 5 de la tarde se retiran las mujeres que están en el interior del puente Chéngyang Quiáo donde montan sus puestos de ventas, principalmente sus tradicionales y habilidosos bordados, y a la vez hay que pagar por cruzarlo o visitarlo, aprovecho que no están para detenerme en él y observarlo detalladamente. Es una auténtica obra de arte. Por su belleza lo llaman "puente de las flores", y por su utilidad, "puente del viento y de la lluvia", ya que ofrece un buen refugio contra estos elementos. Totalmente de madera, y apoyado sobre 5 anchos pilares de piedra, el pasillo es de madera de abeto de 64m de largo, 3,5m de ancho, y tiene una altura de más de 10m, que cruza el río Linxi. Cinco torres de cuatro tejados sobrepuestos a cuatro aguas y sus bordes se levantan como si de alas estiradas se trataran. Lo más asombroso de su construcción es que no se utilizó ningún clavo y los pedazos de madera están encajados entre sí. Tiene unos taburetes largos en el interior instalados en ambos lados del puente para que la gente descanse, o se puedan exponer los puestos de venta.
La ribera del río está colmada de bosques de té y verdes árboles inclinados sobre sus colinas. Por las mañanas la bruma inunda todo. Apenas se ve más allá de un metro. El sonido del agua que mueve la noria me relaja tanto, que espero tomando un aromático té de jazmín, a que se disipe para salir y poder tener nuevas emociones a lo largo del día. Este es un lugar que aún retiene esa encantadora tranquilidad que hace mucho tiempo perdieron sus más turísticos y populosos vecinos. Ideal para viajeros que busca paz.

16/10 - A las 7 de la mañana esperaba con un par de viajeros alemanes el bus dirección Liuzhou, mi siguiente destino. Pero estaba tardando, por lo que nos subimos a un mini-bus que pasaba en esos momentos y paraba en Sanjiang, donde cogería otro, a los pocos minutos de llegar, con dirección a Liuzhou. Ésta es una pequeña ciudad junto a una de las tantas curvas que hace el río Li durante su recorrido, y que se caracteriza por unas bonitas vistas. Varias montañas con templos, uno con una pagoda en la cima y, de acceso, cantidad de empinados escalones verticales, la hacen bastante llamativa. Al no parecerme tan interesante, mientras la cruzábamos dirección a la estación, decidí no quedarme. Al llegar está a punto de salir, por suerte nuevamente, un bus dirección Nannin. Ya estaba tan "quemao" que me daba igual todo.
A las 4 de la tarde puse pie en esta enorme ciudad, bañada por el río Yung. La principal razón de venir aquí es culinaria, pues quiero probar uno de sus famosos platos, el Cocido de Carne de Perro con Verduras (gouròu huoguo) y sé que hay varios puestos en la calle que lo sirven. Todo está muy cerca, la estación de tren, de guaguas, los hoteles y las tiendas, y hay constantemente mucha animación por las calles.
En la puerta de un hotel, el dueño se me acercó para ofrecerme una habitación, pero me pidió 80R, y ya tenía conocimiento que al lado estaba el Yíngbin Fàndiàng y costaba 50R, con baños exteriores. Lo anecdótico de este hotel es que no me dieron la llave de la puerta de la habitación, por lo que cada vez que quiero entrar tengo que ir a una recepción en la misma planta y avisar para que me abran la puerta. Otra sorpresa de las tantas en este país.
Ya que estoy cerca de la estación me aseguro una plaza de litera en el tren para el día 18 hacia Kumming, que será mi próxima parada, y aunque tenía la revista con los horarios de salidas que había comprado en Guanzhou, parece ser que no coincide con los horarios de la taquillera. Las calles son muy amplias y limpias, las plazas muy grandes, y los parques espectaculares, como el Qingxiù, donde se levanta la pagoda más alta de la provincia.
El Museo provincial Minzu Dadao, a varios kilómetros del centro, guarda una magnífica colección de tambores de bronce, y en el centro cultural adjunto exponen copias de la arquitectura de las minorías Dong, Miau y Zhuang.
La zona comercial está siempre abarrotada de gente haciendo compras, otro hecho tan sorprendente en un país que en pocos años ha pasado de un estado comunal trabajador a otro de consumismo radical. Y es que con la llegada de Deng Xiaoping en 1978, quien con su consigna "hacerse rico es glorioso", abrió las puertas de la mecanización y mejora de los sistemas productivos de la agricultura, aumentando los beneficios, las contrataciones, los salarios, las vacaciones pagadas y con ello el afán de viajar (algo impensable en un pasado cercano) y a detener la inmigración interior.
Dentro de la ruta a pie por la ciudad incluí también el Parque del Dragón Blanco (Bailóng Gongyuan ó Rénmín Gongyuán) que tiene un gran lago con barquitas para alquilar, pequeñas pagodas, jardines botánicos, un restaurante y un teatro para música. Allí me senté con grupo de viejitos que se reúnen todas las tardes y con antiguos instrumentos musicales hacían diferentes composiciones. La gente se paraba a oírlos. Otros paseaban apaciblemente, o daban de comer a multitud de peces de colores rojos y naranjados en el lago. El éxito del comercio de la seda en el siglo XII dio lugar a centenares de jardines clásicos chinos construidos como lugares privados de descanso para los comerciantes más adinerados. Se suponía que estimulaban tanto la mente como el corazón.
Al atardecer comienza el movimiento en las calles, de los puestos de comidas rápidas, sobre todo en el Distrito de Comida Cantonesa, cerca del mercado de frutas. Están desplegadas en expositores donde se elige los platos que van a cocinar. Creí que me podría gustar el tan ansiado Perro a la Cazuela, pero me resultó algo duro y con poco sabor. Las verduras ayudaron a pasarlo mejor!. Otra tarde compré un trozo de pato lacado en el mercado, y fui a comerlo a unas mesas de uno de los puestos de comidas donde me senté para pedir también una sopa de verdura con carne y un plato de arroz. Hice amistades, y por enseñar a la hija del dueño algunas palabras en inglés, no me dejaron pagar. Intenté de paso aprender algo de su idioma, pero otra sorpresa que me llevé es que ellos mismos desconocen los nombres en chino de muchos artículos chinos. Y es que ni entre ellos mismos se aclaraban. Y eso me sonó a un consejo que me dio un viajero: “Observarás que esta gente muchas veces hablan mejor inglés que lo que piensan en chino!!”. Y acertó, esta vez.
En otro momento, aprovechando que pasaba delante de una librería entré para comprar un diccionario inglés-chino con los caracteres tradicionales para una mejor comunicación.
Tampoco es sencillo encontrar algún cíber porque está comenzando a ser popular. Me costó muchas preguntas a los estudiantes, y al final di con la pronunciación de la palabra con la que se reconoce..."Wan Pan". Es barato, y estoy controlando la meteorología para bajar al sur, a la Región Autónoma de Xishuangbanna, donde abunda las bastas extensiones de jungla, vegetación tropical, montañas con densos bosques, hogar de los Aini (la rama Akha de Hani), los Jinuo, los Yao y los Yi, y exuberantes llanuras habitadas por la minoría Dai. Los turistas chinos vienen a esta zona a experimentar una forma de vida "muy tailandesa", y sin necesidad de pasaporte. De momento se espera lluvias intensas, y no es plan que me coja de lleno en esa zona tan apartada, pues son muchas horas de bus. Esperaré a que pase.
En las estaciones de trenes no hay carteles en inglés y los extranjeros han de comprar los billetes, en las oficinas para turistas. Ésta tiene dos andenes, por lo que es sencillo moverse. En cada puerta de entrada al vagón hay una agente que informa, mostrándole el ticket, en cuál hay que subirse. Además los nombres de los pasajeros que corresponden a cada vagón están apuntados en una lista en la puerta de entrada.
Con la experiencia de trenes de India ya sabía que asiento debía elegir para viajar en mejores condiciones. Y era la de en medio. Ni muy cerca del techo ni la de abajo, que es donde todos nos sentamos hasta que nos entra sueño y subimos a nuestra cama. Es muy limpio, y aunque al principio hace bastante calor al entrar, mientras el tren va avanzando, y no lo hace muy rápido, se va refrescando el ambiente. Para los chinos el tren es la forma más popular de viajar. Una vez sentado en mi sitio y comenzado a marchar la máquina me pongo a leer mi diario, y pienso que a veces no entiendo nada de lo que pasa a mi alrededor, que no puedo aplicar mi lógica para interpretar lo que estoy viviendo. ¡Y cómo me está recordando todo esto a India!. Mi visión de las cosas y las situaciones está siendo lineal, o sea causa-efecto. La de esta gente no es así. La de ellos es sincronicidad, casualidad, cíclica. Y es para mi un misterio, que respeto, porque no es mi cultura. Pero quiero intentar comprenderla, adaptarme, y sé que me está costando un poco.
A mi alrededor ya hay poca gente moviéndose, casi todos se han ido a dormir. Se oye de vez en cuando las escandalosas garrasperas de algunos antes de escupir. Como sucede en los restaurantes. La diferencia es que en aquellos lugares hay escupideras bajo las mesas. Y aquí no. Coloco el despertador media hora antes de mi próxima parada, y a dormir, que amaneceré llegando a Kunming, la capital de Yunnan.

19/10 – He llegado a las 8:15 como estaba previsto, y directo al hotel Camelia, el más barato, y famoso entre los mochileros, que también se encuentra cerca de la estación. He programado sólo dos días para visitar Kumming, la "Ciudad de la Eterna Primavera", a casi 1.900mt de altitud, que se caracteriza por su benigno clima y por la exquisita comida que aquí se hace. Destaca como plato típico la cacerola de barro Guòxiao Mixiàn, una sopa de fideos gordos de arroz, con trozos de carne de pollo, pato o cerdo, y verduras sobre la que flota una aceitosa capa oscura producto de las mezclas de especias, que se sirve, según sale del fogón, muy caliente y que, por supuesto, ha sido el primero que he probado.
Gracias al clima suave, sus calles tienen un gran protagonismo en la vida cotidiana.
Es fin de semana y esto se nota más pues las calles están abarrotadas de gente. Los restaurantes abundan y son el centro de de la actividad social. Y al igual que Nannin, altísimos edificios, multitud de tiendas de ropa y cantidad de consumistas alrededor de ellas. Tiene la vida nocturna más ajetreada de todo el país. Y al caer la tarde, casas de té y cafeterías se convierten en refugio para sus habitantes, que no los abandonan hasta bien entrada la noche.
Al visitar lo que parecía un antiguo templo budista, una vez en su interior, observo que es una mezquita (Qingzhensi). Fue devastado por la Revolución Cultural y rehabilitado por la comunidad musulmana, que aquí en esta ciudad son numerosos, debido al asentamiento en el sXIII de muchos comerciantes. Algo más allá se encuentra otras, pero destaca por el brillante color azulado la Mezquita Nánchéng Quingzheng, que en realidad data de hace más de 400 años, siendo completamente restaurada en 1.997.
Por los alrededores cantidad de comercios musulmanes, un precioso Jardín de la Casa de Te, que la Revolución Cultural en su momento no destruyó, pero sí cerró. Era un lugar de reunión de los llamados "contrarrevolucionarios", considerados peligrosos. Lugar excelente para relajarse, y donde me senté para beber un aromático. Mas bien dirigido a los hombres que se reúnen allí para fumar sus largas pipas, jugar a las cartas o dominó, hablar de negocios, o beber té, mientras algún que otro contador de cuentos narra historias casi interminables. También se encuentra la pequeña y muy animada calle Tongdao Jie, con un vetusto Mercado de Flores y Pájaros, (Huaniao Shìnchang), viejas edificaciones donde vale la pena pasear para sentir ese nostálgico ambiente de antaño, una farmacia tradicional restaurada, y la nueva zona comercial, Jin Ma Bi Ji Feng, de arquitectura tradicional.
Y al atardecer numerosos carritos de comidas se agolpan en diferentes calles, donde cantidad de gente se amontonan para llevárselas a casa o comer en los diversos restaurantes de la zona. Destacan los carritos de dulces o los enormes pasteles de almendras y miel musulmanes, pero que hay que tener precaución y acordar el precio de antemano porque son unos verdaderos espabilados. Muchos dicen ser descendientes de los mercaderes árabes de la ruta de la seda.
Varias pagodas, Dondsì Ta, Xisì Ta, y templos budistas, como el enorme Yuántong Si, de hace más de mil años, al que acuden miles de peregrinos a rezar y cantar, que tiene un gran patio central con un quiosco octogonal con escalones, como ghats, sobre un estanque con cientos de peces de colores. Está rodeado de templos con diferentes figuras de budas, y una de ella, una imagen de Sakyamuni, regalo del rey de Tailandia. Detrás hay un montículo con una gran arboleda que da un bonito color a la zona, y al otro lado se encuentra un gran parque con un lago verde esmeralda (Cuìhu Gongyuang), donde los domingos acuden cantidad de gente a pasear y fotografiarse, sobre todo con trajes tradicionales, o a comer en los diferentes puestos de comidas.
Por la noche, en el ciber, chequeo nuevamente el tiempo en el sur, y se aproxima una gran tormenta, por lo que será imposible viajar allá. Así que directo a la estación de bus y compro un billete para salir mañana a las 8 de la mañana hacia Dali.

21/10 – He cogido un mini-bus, que al principio parecía una mierda pues iba muy apretado, pero que ha tardado hora y media menos que una guagua normal a Xiàguang, (ó Nuevo Dali). Y esto se agradece. Y desde aquí, otra hacia Dali, la ciudad vieja, que es donde me quiero quedar algunos días para visitar unos poblados tradicionales Bai.
Situada a una altitud de 1.980m, muy cerca del lago Érhai Hú, y por encima de ella las Montañas de Jade Verde (Cang Shan), con 19 picos de hasta 4.000m y cantidad de torrentes que descienden por las laderas hasta extenderse por los fértiles campos. Está bastante bien restaurada, y aún conserva las calles de adoquines, edificaciones tradicionales de maderas o ladrillos y aquella atmósfera de ciudad comercial de antaño, cuando se cruzaban los caminos en la ruta hacia Birmania, Tibet y China Central. Rodeada por una muralla de casi 4km de perímetro y 8mt de alto que se remonta a finales del s.XIV, en la época Ming. De las cuatro enormes puertas de entrada originales situadas en los puntos cardinales solo quedan dos: norte y sur, Bei Mén y Nán Mén, sobre las que se alzan sendos pabellones de dos plantas con sus techos ondulados de tejas rojas, con una calle principal que la atraviesa, al igual que a la Pagoda Wuhuá, donde se encuentra la oficina de información.
Hoy hay algo de movimiento porque es lunes, día de mercadillo de la semana en Shaping, un pueblo a 30km y que precisamente quería visitar. Muchos hacen una parada aquí para realizar compras con el dinero ganado. Pescadores y campesinos Bai , ataviados con sus tradicionales trajes azul añil, deambulan por los alrededores. Pero he llegado a medio día y no me ha dado tiempo para ir porque a las 14:30 recogen todo.
Los hostales hacen grupos para navegar en ferry local por el lago Erhai (“mar de la oreja”), con una extensión de 41km por 6km, de una gran importancia, ya que sus azules y limpias aguas se caracterizan por su abundante pesca, visitando varios poblados y templos que se encuentran a sus orillas. También es posible circunvalarlo en coche o en moto, y así verlos prácticamente todos. En guagua es necesario dos días, porque hay que hacer muchos cambios, ya que no hay un servicio concreto alrededor del mismo.
Con un poco de suerte se puede ver en Zhoucheng, una pequeña aldea a 7kms., sin duda la más fiel de la región al modo de vida tradicional, de estrechos callejones de granito, alguna representación de ópera popular Bai en el teatro al aire libre. A 2km al norte se encuentra el templo de las tres pagodas, San Ta Si. La más alta, Qianxunta, construida en el s.IX es de base cuadrangular y 16 pisos, alcanza los 72mt de altura, y las dos pequeñas, a los lados, son muy parecidas, pero de planta octogonal, 10 pisos y construidas en el s.X.

23/10 – A 3 horas de bus desde Xiàguang, se encuentra Baoshan, una pequeña ciudad con algunas cositas interesantes que ver, como sus edificios tradicionales muy antiguos, templos, algunos restaurantes que exponen las verduras en calderos de plásticos donde se elige que tipo de sopas se quiere comer, y ahí mismo lo cocinan, y puestos callejeros con platos irreconocibles o sin nombre, donde se puede pedir al azar porque ya se ve que todo sabrá exquisito. La montaña Tàibao Shan, destaca junto al hermoso Parque Tàibao Gongyuán que se encuentra al final de la calle principal, y allí va la gente joven a estudiar sentados en sus jardines, o bajo algún árbol. Subiendo una escalinata, y pasando por el Pabellón del Emperador de Jade (Yùhuán Gé) y el Templo Yùfó Si se alcanza la cima donde se encuentra el ancestral Templo Wuhòucí, con una extraordinarias vistas de la ciudad, el parque y la Pagoda Wémbi de trece plantas al otro lado, comunicada con un estrecho camino que baja por la parte trasera de la montaña hasta el Estanque del Dragón ó Yiluó Chí.
Al día siguiente intenté durante muchas horas coger un mini-bus en la estación para ir al Templo del Buda Reclinado Wòfó Si, a 17km, un lugar histórico muy importante en la zona, que data de la dinastía Tang, hace 1.200 años, pero nadie iba en esa dirección, y sólo me llevaban pagando una burrada. Por momentos me hicieron perder la paciencia… y los nervios, de tanto monto, bajo, cambio a otro minibus porque nadie sube, vuelvo a bajar... Incluso esperé en la carretera principal que pasara alguna guagua que fuera en esa dirección, pero durante un largo tiempo no pasó ninguna, por lo que me quedé el resto de la tarde descansando en los jardines del parque, fuera de todo bullicio, preparando las siguientes rutas que no tenía programadas en un principio, pues he descubierto nuevos lugares leyendo anotaciones que había bajado de internet.
25/10 – A primera hora de la mañana un repletísimo bus me llevaba hacia Techdong, y tras 6 horas de lento recorrido subiendo y bajando montañas, llego bastante quemado a mi destino.
Dejado todo en el hotel, la misión era descubrir esta pequeña ciudad que aún preserva los edificios de arquitectura tradicional de madera muy encantadora en algunas de sus calles. La gente va a lo suyo, la vida se desarrolla bastante lenta, y eso me gusta. Esta es la China que andaba buscando para disfrutarla. El primer pateo del día lo hice hacia la Montaña Láifeng, a través de un sendero de cientos de escalones, en un escenario de mucha vegetación, pinos, enormes árboles, y un cautivador silencio, ya que es un bien cuidado parque forestal. En la entrada hay un control de ventas de tickets, por lo que me metí por un lateral atravesando una zona empinada. Una vez dentro, al ser de los pocos visitantes que ahí estaban, me localizaron enseguida y tuve que pagar. Aunque no es mucho, 10R, pero me flipa colarme. En la cima hay un templo, del mismo nombre, y una altísima pagoda a la que se puede subir, y que tiene unas prodigiosas vistas de todo el valle.
A la bajada encontré una oficina de ayuda al turista, con un pibito muy enrollado, que me explicó todas las posibilidades de pateos y rutas en bici, incluso ofreciéndose desinteresadamente a acompañarme. Me vendió unos mapas del entorno que me vinieron perfectos para adentrarme en la zona.
El mercado matutino es muy concurrido con gentes de diferentes etnias con sus atuendos tradicionales y se exponen cantidad de mesas, bajo techo, llenas de carnes, verduras, y fuera muchos lo despliegan sus tenderetes en el suelo.
A 4kms se encuentra el pueblo tradicional de Héshùn, y allí me trasladé. Para no pagar las tasas de entradas que cobran a los extranjeros bajé del bus unos cientos de metros antes de la puerta de entrada, caminé por la ribera del riachuelo que pasa al lado y entré sin que nadie me viera. El lugar me dejó perplejo, ya que aún se conservan las casas antiguas y la vida tradicional de los paisanos, entre sus callejuelas adoquinadas, edificaciones de ladrillos, carros tirados por bueyes cargados de sacos y rodeado de enormes arrozales. Aquí todos se dedican a la agricultura.
El siguiente día, bastante temprano, fui en bus a Hou Qing, un poblado tradicional Lisu muy cerca de la frontera con Birmania. Pero llegando a Gudong, un pueblo a pocos kilómetros, el chófer no quiso continuar porque no había más pasajeros, y quería que me bajara y cogiera un taxi, pero al final, tras una larga charla, accedió cuando le ofrecí 10R por el recorrido que faltaba. Aún así, no dejaba de claxonar en busca de más gente, hasta que llegamos diez minutos más tarde, a la frontera. Vaya sorpresa. No la esperaba. Hay un edificio militar, y parece que no estaban muy contentos al verme con una cámara fotográfica en las manos. Un soldado se acercó a advertirme que no sacara ninguna. Faltaría más!!, para que coño quiero una foto de ellos, le dije con gestos. Me entendió, y estuvimos un rato bromeando.
Tenía referencias que atravesando una jungla llegaría a varios poblados Lisus, y así lo hice. Varios niños huyen al verme aparecer... ¡un nariz larga se aproxima, que miedo!, otros corren desesperados hacia mi, se apiñan y riendo me hacen señas con los dedos cerrados. Quieren que les haga fotos. Con sus vestidos tradicionales los paisanos pasan el día, haciendo sus labores en casa y en el campo. Fueron muy amables, porque esta zona no es de paso de extranjeros. Me invitaron a beber te, y estuve con ellos varias horas intentando comunicarme de alguna manera. La vuelta la hice en el cajón de una camioneta junto a varias familias de inmigrantes chinos que venían de trabajar del lado birmano, a la que me permitieron subir. Pero en un control militar nos pararon, por lo que tuvimos que bajar y algunos fueron retenidos durante más de media hora, hasta que volvimos a partir. Faltaban unos pocos. Nuevamente en Gudong, cogí una guagua que me llevaría hasta Techdong.
A casi 50kms se encuentra la Montaña del Pico de las Nubes, Yúnfeng Shan, donde se asientan un templo y un monasterio taoístas del s.XVII ( Dàxióngbao Diàn y Luzu Diàn). Para llegar hasta allí tuve que hacer conexión guagua + minibus, y atravesar un poblado Lisu que se encuentra junto a la montaña.
La subida es sublime. Tras pasar la casa de control, y pagar la entrada pertinente, se llega al comienzo de un larguísimo sendero de escalones bien marcado, con subidas no muy empinadas, a través de una exuberante vegetación, que por momentos es muy calurosa, enormes piedras con escritura taoístas, unas vistas espectaculares del valle y, a veces, del templo en lo alto de la montaña. Hay un teleférico que llega hasta a cima, pero sin duda alguna, el pateo de hora y media es la mejor manera de disfrutar del entorno.
La vida monástica que llevan es muy relajante, aunque a veces se hace caótica cuando llega algún grupo de peregrinos. Las vistas de todo el valle es imponente. La bajada, en una hora, fue menos calurosa, y sólo se oían a los chinos gritar cuando subían por cables. Un paseo a través de diversas carretera que pasa por diferentes comunidades y terminando en un mercadillo de algún pueblo donde tomé el bus de vuelta a última hora de la tarde.

29/10 – Mi siguiente destino va a ser realizar la famosa ruta del "desfiladero del salto del tigre", durante varios días.
Salí de Techdong a las 7:30, haciendo los cambios de guaguas en Baoshan, y Xiaguan. Pero faltando casi 20kms para llegar se rompe el tubito de goma del gasoil. Durante un largo tiempo estuvimos parados en el arcén y mientras el chofer lo intentaba arreglar tuve que ayudarle a pegarla, ya que nadie se interesó en ello. Llegamos a las 15:30, y de suerte que a las 16:00 salía otra hacia Lijiang, por lo que me apresuré a tomar asiento antes de quedarme fuera. Llegamos a las 19:30, oscureciendo, a la estación, y esto es una situación que no me gusta nada porque no se aprecia bien los lugares.
Al descender, algunos ticketeros me ofrecieron tarjetas de diferentes hostales donde poder dormir, pero ya tenía conocimiento en donde quedarme. Aunque era de noche se veía perfectamente la ciudad ya que está bien iluminada, sobre todo los tejados festoneados de luces rojas, y de otros colores, por lo que, mochila al hombro, caminé hacia allá. Aquí mucha gente habla inglés porque es un lugar turístico muy importante, sobre todo de chinos.
La parte antigua sigue siendo una vieja pero encantadora aldea Naxi, fundada por Kubilai Khan en el s.XIII, de características casi irrepetibles. Situada a una altitud de 2.400m en el centro de de un hermoso valle a los pies de la cadena montañosa de los Montes Nevados del Dragón de Jade (Yulong Xueshan), el macizo más famoso de la provincia, cuya mayor altitud se sitúa en los casi 5.600m, y detrás Tibet. Con unos hermosos canales de agua que la atraviesa proporcionándole el título de “La Pequeña Venecia del Oriente", e inscrita en la lista de la UNESCO desde 1997. Al igual que Dali, la rápida modernización significa una gran afluencia de turistas chinos, que desean disfrutar del ambiente en que crecieron sus abuelos, y Lijiang, hoy en día, ya no es un idílico destino de mochileros como lo fuera hace algunos años. No obstante, sigue siendo una de las aldeas más agradables de China y un buen lugar para relajarse antes de seguir la marcha hacia el norte.
La Colina del León, (Shizi Shan) la separa de las nuevas construcciones urbanas, habitado principalmente por la etnia Han, la mayoritaria en China, sin interés cultural, y construidas en los últimos treinta años. En su cima, que se llega por un sendero, tras atravesar algunas casas tradicionales y par de tabernas, hay un bonito parque, y al lado, el mirador de Wànggu Lóu, desde donde se obtiene unas extraordinarias vistas de toda la aldea y del valle.
La parte antigua, Dayan, es un laberinto de calles adoquinadas, caminos que se desvían de la vía principal, arquitectura tradicional, norias de agua y canales, en la que aún se conservan las tradicionales casas de madera oscura donde viven cerca de 50.000 personas, en su mayoría población Naxi, y que aún conserva su trazado original.
La Plaza vieja del Mercado (Sifang Jie) por las mañanas, es uno de los lugares mas bullicioso y variopinto, animada por la presencia de las mujeres naxi ataviadas con sus trajes tradicionales azules. Destaca el Pabellón de las Cinco Aves Fénix (Wufeng Lou) una construcción de madera de tres pisos que data de comienzos del s.XVII, perteneciente a la dinastía Ming. que se usa para exhibiciones.
Me quedo en una casa familiar donde han habilitado habitaciones para turistas y destaca por su considerable tamaño. Hecha de madera y bloques de piedra, con sólidas puertas. La de la entrada es muy vieja, con un gran patio central con los baños, y unos aleros tallados con símbolos chinos de buena suerte.
Al atardecer no hay que dejar pasar la visita al Palacio de la Musica Naxi (Nàxi Guyuè Huì), un antiguo edificio que hace de teatro para la música, en la que una orquesta formada por unos treinta componentes, muchos de ellos mayores de setenta años, interpretan, durante una hora y media, con sus instrumentos tradicionales, muy originales, un tipo de música taoísta naxi (Dongjing) rescatada del olvido. Aunque la mitad de la velada se la pasa el comentarista explicando el nombre y procedencia de cada instrumento, vale la pena asistir por lo bien que suena la orquesta, y el ambiente que produce las tenues luces con la que juegan. Los hombres naxi han conservado inalterable esta tradición musical.
Mientras espero por unos turistas que están interesados también en hacer la ruta de tres días atravesando el Desfiladero del Tigre que Salta (Hutiào Xiá) me dedico a visitar los alrededores. Caminar y caminar, por las afueras, visitando otras aldeas, mercadillos, y seguir distintas veredas que llegan mucho más allá de donde acuden los extranjeros y eso se nota por cómo de asombrados me reciben los paisanos.
Fotográficamente es un paraíso para los amantes de las cámaras, pues por las mañanas temprano, con la bruma a ras de suelo y los colores que se producen con la subida del sol en las estrechas callejuelas, reflejándose en las gruesas puertas de madera tallada, las lámpara rojas que cuelgan a la entrada de las casas, los puentes de piedra sobre el canal, las viviendas… todo es espectacular!!
En el cruce de salida hay un pequeño teatro donde un grupo de mayores llevan varios días ensayando una obra de teatro chino, con sus trajes tradicionales, y aprovecho para sentarme con ellos y verlos actuar. Y fotografiarlos. Son muy simpáticos conmigo. Un poco más allá, la ciudad nueva está diseñada como todas las chinas modernas, con edificios de muchas plantas, comercios, tráfico, y gente de dinero paseando.
Continuando a pié, y a unos pocos kilómetros al norte del poblado se encuentra el Parque del Estanque del Dragón Negro (Heilóngtán Gongyuán) donde un hermosísimo Puente de Arco de mármol de cinco ojos, un Pabellón de tres plantas, una pequeña Pagoda flotante y la montaña del Dragón de Jade nevado, como fondo del paisaje, se refleja esplendorosamente en sus plácidas aguas. Varios caminos atraviesan uno de los jardines más extraordinarios de China, un Museo de la Cultura dedicado a la religión chamánica dongba ó Nàxi Dongba Wenhuà Bowùguan, que los naxis trajeron de Tibet. De aquí surge las aguas que se dirigen en forma de riachuelos hacia los canales de Dayan. Al cabo de unos días, al no aparecer nadie para formar un grupo y así compartir gastos en la ruta de la Garganta del Tigre, hablé con un guía de la zona para que juntos lo hiciéramos, pero sólo en dos días, ya que el presupuesto lo tenía bastante ajustado.
Así que al siguiente día muy temprano cogimos un bus dirección Qiaotou y desde allí un taxi para llegar por una carretera en construcción atravesando un túnel, hasta el comienzo de la subida. Algunos turistas chinos iban montados en carrozas de madera tirada por dos paisanos. Zigzagueando, ascendimos a los 2.450mt, hasta un pequeño poblado de varias casitas de lascas y madera habitadas por unas familias. Nos ahorramos varias horas de camino de poca importancia. Se nota la altura porque el guía a comenzado a sangrarle la nariz (!!). Continuamos por la vereda hacia el Half Way G.H. donde nos detuvimos para descansar un rato. Allí almorzamos unos fideos fritos (Chow Mien) y continuamos la ruta hacia Tina’s G.H., cruzando varias cascadas, con poca agua porque apenas ha llovido. A mitad de camino hay que descender hacia el río, entre una espesa arboleda, bambús, y gigantescas plantas por un sendero resbaladizo. Enormes peñascos “flotan” sobre el río Yantzé, aquí llamado Jinsha, que baja con tanta fuerza que el ruido es ensordecedor. Una piedra escrita y la figura de un león naranja indican que estoy en la zona principal de la garganta. La subida hacia Walnut Grove es nuevamente es espectacular, atravesando pasillos horadados en el risco, y allá abajo el infernal revoltijo de agua. Pasamos varias zonas que habían sufrido avalanchas de piedras que lo hizo algo dificultoso, y sin dejar de controlar constantemente los posibles desplomes de piedras con las que se podía perfectamente caer alguien al río desde una considerable altura. Al atardecer llegamos al Woody G.H., una cabaña de madera que hace de hostal, con varias habitaciones, donde ya había alojados varios turistas. Mi pequeña habitación tiene una cama ancha, y una de las ventanas orientada hacia el enorme risco que parecía tener una caída que seguro superaba los 1.000m, de la Montaña Yulong, y su cima nevada. Por la noche, el silencio de esa pared lo rompe el rugir del agua del río. El siguiente día fue más suave. Desde temprano, tras desayunar, comenzamos el descenso nuevamente hacia el río para cruzarlo en una embarcación, que estaba parada en la otra orilla, y que tuvimos que esperar una hora porque el capitán aún no había llegado. Un grupo de 4 alemanes también se unieron a nosotros para cruzar al lado de la montaña Yulong, que en este punto es menos alta, pues desde allí comienza nuevamente la subida hasta el paso de montaña, donde nos detuvimos un buen rato por las extraordinarias vistas que de ahí se tiene de toda la garganta de montañas cruzadas por el amarillento río. Eran las 12:30 y al otro lado un mini-bus nos esperaba para regresar a Lijiang, no sin antes detenernos en el pueblo de Daju para almorzar algo, los demás. A las 16:15 estaba paseando nuevamente por las calles empedradas, en busca de un billete de guagua-camas para salir a las 8 de la noche dirección Kumming. Nunca las había visto. Son tres líneas de literas de dos camas, que se usa para viajar por la noche, y pasar el trayecto acostado. Si son muchas horas podría resultar incómodo ir siempre acostado. Me tocó atrás, "en el gallinero", en la parte baja, todos apelotonados y donde no se veía nada. Llegamos a la estación muy temprano y el chófer nos dejó a unos pocos quedarnos a dormir dentro hasta que amaneciera. Buen detalle. Ya de día, aproveché que estaba junto a la estación de tren, para comprar un billete hasta Chendú, también en cama porque el trayecto es muy largo. En ventanilla tuve algún problema para entenderme con la vendedora, ya que el horario de la revista que había comprado no coincidía con la real del tren. Un salto a la estación para salir en tren... 21h de trayecto me esperaban.